Arroz verde con espinacas… si el clima lo permite
Metodología proyectual en tiempos de crisis climática
«Lo bello es consecuencia de lo correcto»
Proverbio japonés
Nuestro punto de partida para enunciar el método proyectual en tiempos de crisis climática es lo expuesto en el libro del genial Bruno Munari[1]: ¿Cómo nacen los objetos? Para situarnos cronológicamente y comprender la importancia de sus afirmaciones, recordaremos que la primera edición italiana de este libro fue publicada por la editorial Laterza de Bari en 1981. En 1983 apareció la versión castellana, que es la que la mayoría de los profesores de proyectos tomamos como referente.
La propuesta del «arroz verde con espinacas» que se describe en el libro es una forma sencilla de cómo se puede plantear y resolver un problema de diseño. Munari compara el proceso metodológico con la preparación de una receta de cocina con arroz para cuatro comensales.
El símil sigue siendo perfecto. Nos sería muy fácil encontrar todos los ingredientes necesarios para preparar la receta; también la tecnología y los medios para servirla a nuestros invitados. Sin embargo, en el transcurso de los últimos cuarenta años hemos experimentado cambios en la percepción del entorno en el que vivimos que nos obligan a mejorar el modelo e introducir nuevos componentes al problema.
Lo primero que haríamos sería comprobar que los ingredientes que hemos elegido son de agricultura ecológica y de proximidad. Es necesario minimizar el trasporte y reducir las emisiones de CO2 que generamos para disfrutar de algunos productos. Lo mismo debería ocurrir con los materiales que elegimos para construir nuestros artefactos y preguntarnos: ¿de dónde vienen?, ¿cómo se han fabricado?, ¿son biodegradables?
La gastronomía estudia la relación del ser humano con su alimentación y su medioambiente o entorno. Es evidente que la globalización ha destruido esta concepción tan básica y es posible encontrar casi cualquier alimento en cualquier lugar, sin pensar en lo que eso conlleva: transporte, almacenamiento, transformación, conservación, etc., aspectos innecesarios si recuperamos una relación cordial con el entorno y el medioambiente.
El concepto Slow Food[2], que ya adoptan muchos cocineros, nos propone reflexionar sobre este aspecto. A finales de la década de los 80, Carlo Petrini levantó la voz contra la estandarización gastronómica y propuso una filosofía que combina placer y conocimiento. El movimiento Slow Food profundiza en la relación entre los alimentos, el planeta, la política y la cultura, y manifiesta:
«Nuestra labor se basa en una noción de calidad de los alimentos definida por tres principios interrelacionados: buenos, limpios y justos.
Bueno: alimentación sabrosa y fresca de temporada que satisfaga los sentidos y forme parte de la cultura local.
Limpio: producción y consumo de alimentos que no perjudiquen el medioambiente, el bienestar animal o la salud humana.
Justo: precios accesibles para los consumidores y justas retribuciones para los productores»[3].
Ahora sabemos que la agricultura industrial implantada en muchos lugares del planeta (que tantos productos exóticos nos ofrece) y las restricciones al uso de semillas autóctonas están provocando una destrucción sin precedentes de ecosistemas necesarios para la supervivencia de la especie humana y que, por tanto, son prácticas que debemos eliminar.
Pero, volviendo a la receta del arroz verde, otro de sus aspectos relevantes es el tiempo. Para cocinarla se necesitan 90 minutos aproximadamente. ¿Quién dispone de ese tiempo?
Moovit[4] nos dice que el tiempo de desplazamiento de cualquier empleado para llegar a su trabajo en España oscila entre los 22 (Burgos) y los 45 minutos (Madrid). Es poco tiempo comparado con otros países y ciudades, pero mucho con relación a las horas del día, si pensamos en términos de calidad de vida. En Estados Unidos, por ejemplo, para llegar al puesto de trabajo se invierte un tiempo no inferior a los 45 minutos. Despilfarrar entre 90 y 180 minutos para ir y volver del trabajo es un lujo inaceptable.
En 2015, Carlos Moreno[5] acuñó la idea de «la ciudad del cuarto de hora» (Le Paris du ¼ d’heure) basada en un concepto de cronourbanismo. Se trata de acortar las distancias hasta los lugares a los que debemos acudir para responder a nuestras necesidades diarias (trabajo, salud, ocio, abastecimiento, deporte, etc.) para que los desplazamientos puedan producirse a pie o en bicicleta. Quizás entonces podamos cocinar nuestro arroz verde.
La dedicación temporal a la configuración de nuestro entorno objetual sufre el mismo déficit. La necesidad de llenar las estanterías del sistema neoliberal, sin una postura reflexiva, nos lleva a producir infinidad de objetos —muchos de ellos innecesarios— en tiempos de sobresalto sin pensar en las consecuencias.
La definición de todos los aspectos (funcionales, constructivos, tecnológicos y comunicativos) que convergen en un objeto era labor de siglos. A lo largo de la historia se introducían después pequeñas modificaciones hasta alcanzar la excelencia tipológica. Ahora todo está sujeto a tendencia, a la esclavitud de la «temporada».
La creatividad es invocada demasiadas veces en perjuicio del rigor. Munari es fiel partidario de la simbiosis entre arte y ciencia. Por eso subraya la creatividad en su proceso sin renunciar al estudio comprobado y verificado de lo logrado hasta entonces: ¿Alguien lo ha hecho antes?
La creatividad no puede ser entendida en los procesos de diseño como genialidad, porque es excluyente; antepone el individuo al equipo en un mundo complejo y transdisciplinar. La creatividad en metodología proyectual debe entenderse como la capacidad de elegir y organizar los componentes del problema de manera distinta, de tal modo que se mejore su eficacia funcional, estética, constructiva, comunicativa y ambiental. Un buen modo de hacerlo es conociendo en profundidad los procesos naturales donde nada se desperdicia.
En la elección de los materiales y la tecnología, es decir, ¿qué arroz?, ¿qué espinacas?, ¿qué cazuela?, ¿qué fuego? Si tratásemos de cocinar la receta con criterios de cultura local, la respuesta sería simple: el arroz, las espinacas y el resto de los ingredientes serán del entorno inmediato, así como los útiles y la fuente de energía para elaborarla. Este planteamiento es una forma sencilla de disponer de buenos y sabrosos ingredientes, verificados a través de múltiples experiencias, sin apenas transporte y con un uso mínimo de recursos energéticos.
¿Por qué no hacemos lo mismo con los materiales y la tecnología que empleamos en la creación de nuestros objetos? Es necesario integrar nuestros proyectos en el ecosistema en el que vivimos y no concebirlos al margen de él. La supervivencia de la especie está en juego. El modelo de calentar, golpear y tratar para obtener los materiales y transformarlos no nos sirve; es conveniente adoptar fórmulas de biodiseño e imitar los ciclos y procesos naturales.
El biopensamiento o la emulación de los modelos naturales debe sustituir al modelo industrial de tal forma que devolvamos a la naturaleza lo prestado y mantengamos el ecosistema vivo. Debemos experimentar con biomateriales, verificar que estos funcionan e iniciar programas de investigación que los certifiquen a nivel comarcal. Las muestras, los prototipos deben ser comarcales, con residuos que procedan de áreas geográficas próximas. Sin embargo los procesos y protocolos serán globales, aprovechables por todos. Solo de este modo iniciaremos una descarbonización efectiva.
La solución al problema consiste en adoptar un nuevo paradigma, que necesariamente debe ser nuestro ecosistema. Solo así llegaremos a comernos el arroz.
[1] Munari, Bruno. (1983). ¿Cómo nacen los objetos? Apuntes para una metodología proyectual. Editorial GG, Barcelona.
[2] https://www.slowfood.com
[3] https://www.slowfood.com/es/quienes-somos/nuestra-filosofia/
[4] https://moovitapp.com/insights/es/Moovit_Insights_%C3%8Dndice_de_Transporte_P%C3%BAblico-commute-time
[5] Carlos Moreno es director científico de la cátedra ETI y asesor para la alcaldesa de París Anne Hidalgo.
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