I would prefer not to
I would prefer not to[1]
Decrecer
En pocos días nos hemos tropezado varias veces con el inquietante protagonista del cuento Bartleby, el escribiente de Herman Melville. El personaje de Melville trabaja en el corazón de Wall Street y a lo largo del relato pronuncia tantas veces la frase preferiría no hacerlo que desquicia al lector. Su inacción hace tambalear los planteamientos de la empresa en la que trabaja y nos induce a repensar nuestra actividad diaria, aquella que nos ocupa la mayor parte de nuestro tiempo.
La influencia del personaje del cuento de Melville ha tenido innumerables repercusiones en la literatura. Es considerado como precursor de la narrativa existencialista y de la literatura del absurdo. Camus, Kafka, Becket…, son algunos de los escritores más representativos, y alguno de ellos acabó reconociéndola.
Hay un caso descrito por Jean-Yves Jouannais que remarca la idea de la NO acción en Artistas sin obra. “I would prefer not to”[2]. Se trata del de Jacques Vaché, reconocido como escritor porque André Breton recopila y publica la correspondencia que mantiene con él en Cartas de guerra, un pequeño libro que recoge 14 textos que Vaché le envió durante la I Guerra Mundial a Breton. En ellos Vaché se ríe de la literatura y de algunos autores entre la ironía y el sarcasmo. Este es su bagaje con el que llega a los altares consagrados de la literatura.
En su ensayo Bartleby y Compañía[3], Enrique Vila-Matas recoge un buen número de Bartlebys que complementan la visión y la lista de los escritores del NO ¿Qué pretenden? ¿Negar el mundo que conocemos? ¿Evitar cambios? ¿Esquivar el éxito personal? ¿O simplemente quieren ser un cero a la izquierda y ser olvidados?
En el terreno del arte ha ocurrido lo mismo. Algunos artistas reales o «ficticios», renuncian a sus obras por razones inconfesables y, al igual Bartleby nunca explican las razones que les inducen a eliminar la acción. Marcel Duchamp es uno de ellos, quién después de sacudir las conciencias de la vanguardia artística con sus ready-mades se convierte en jugador de ajedrez.
Jusep Torres Campalans es un personaje de ficción de la novela[4] del mismo nombre de Max Aub y merece una mención destacada. Convive con Picasso, Mondrian, y otros artistas durante la efervescencia de las llamadas «vanguardias históricas» siempre en la ficción, claro. En la novela se recogen sus notas, comentarios artísticos y conversaciones del artista con el autor (Max Aub) extraídas de su «Cuaderno verde», donde anotaba todas sus experiencias. En el epílogo de la novela se muestran una treintena de imágenes de las obras del supuesto artista cubista comentadas por un crítico también ficticio. Las obras físicas de Campalans (Max Aub) se expusieron en México (1907) y Nueva York (1964), y algunos medios gráficos las comentaron, incluso algún artista de renombre las elogiaron. La causa de una producción tan escasa radicó en la tendencia rebelde y destructiva de Campalans, que acabó destrozando sus creaciones.
En 2003 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía diseñó una exposición bajo el título Jusep Torres Campalans. Ingenio de la vanguardia española. En esta se recogían las obras de Campalans fechadas entre 1907 y 1964 y ya expuestas en México y Nueva York junto a amigos y enemigos (Marc Chagall, Robert Delaunay, Juan Gris, Henri Matisse, Amadeo Modigliani, Piet Mondrian, Pablo Picasso y Josep Renau). La intención del museo era introducir el relato de pintura-ficción. Tal vez la de Max Aub fuese más allá y buscase criticar la especulación del mercado y el concepto de arte dominante que la sustentaba.
¿Qué lleva a un creador a destruir su obra, esconderla, o directamente no materializarla? La respuestas inconfesables estarían mal vistas socialmente. Algunos como Juan Rulfo, dijeron que había fallecido su tío Celerino, que era quién realmente conocía las historias que él transcribía.
Muchos creadores, cada vez más, prefieren vivir bajo una apariencia discreta, sin estridencias y sin las reglas del mercado. Otros consideran que con lo logrado es suficiente y no están interesados en quedar atrapados en la espiral interminable de tener que producir por encargo y cumplir plazos preestablecidos bajo contrato. Es evidente que esta rebeldía tiene consecuencias de todo tipo, entre ellas las económicas, que les empujan a sobrevivir con los ingresos de otra actividad, como el jugador de ajedrez Duchamp.
NO crear es una opción que hay que considerar ¿Qué necesidad tenemos, por ejemplo, de crear más sillas, si la mayoría de las que fabricamos no funcionan ergonómicamente? Tenemos que plantearnos honestamente la posibilidad de decrecer. No se puede crecer indefinidamente a costa de la destrucción del único hábitat del que disponemos.
Socialmente Bartleby es reconocido como modelo de rebeldía frente al sistema sin salida en el que estamos inmersos y su imperturbable frase es el mejor claim reivindicativo. Para Occupy Wall Street (OWS) es un referente. Este movimiento de protesta contra la desigualdad económica y la influencia del dinero en la política comenzó en Zuccotti Park, ubicado en el distrito financiero de Wall Street de la ciudad de Nueva York, en septiembre de 2011. Occupy Wall Street fue el modelo del movimiento Occupy, a secas, más amplio y que alcanza a otros países como el nuestro.
La idea de decrecer no es nueva. El Club de Roma en el año 68 del siglo pasado encargó a un equipo del Massachusetts Institute of Technology (MIT), liderado por Donella Meadows, un informe que nos orientarse en la resolución de los problemas del planeta. El informe se publicó en 1972 con el título Los limites del crecimiento[5]. Este informe encabeza una larga lista de textos que advertían y advierten de los peligros que implica sostener el modelo de vida que tenemos, y que lamentablemente 50 años después se mantiene igual. Muchos se han planteado ya la pregunta de que si el capitalismo (liberalismo, neoliberalismo…) es compatible con el decrecimiento. La respuesta es claramente NO. No es posible crecer indefinidamente y vincular la felicidad y los objetivos vitales del ser humano única y exclusivamente al PIB y todo lo que conlleva.
En el ensayo Lo pequeño es hermoso[6] el economista Ernst Friedrich Schumacher plantea como antídoto al culto al crecimiento económico la reorientación de nuestros objetivos vitales para maximizar el bienestar y reducir al máximo el consumo.
La metáfora de Ivan Illich, publicada en una de sus obras, es totalmente comprensible para ilustrar la idea del crecimiento descontrolado «El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espirales cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espiral más daría a la concha una dimensión 16 veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal, lo sobrecargaría. Y desde entonces, cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha, fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado el punto límite de la ampliación de las espirales, los problemas del sobrecrecimiento se multiplican en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol solo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética»[7].
El decrecimiento es inevitable y las acciones por realizar tienen dos direcciones. La primera ecológica, en el sentido más amplio del término, y la segunda social.
Desde el punto de vista ecológico estamos actuando como si tuviésemos dos planetas de donde extraer recursos y fuésemos la única especie que merece poseerlos y utilizarlos. Desde la vertiente social deberíamos separar la idea de «éxito individual» de la del valor individual en la sociedad y resolver los problemas de equidad y justicia.
Frente a las ideas del neoliberalismo y la globalización, que no cesan en la creación de fórmulas para sostener el sistema que van —desde la «obsolescencia programada» al concepto de «desarrollo sostenible», o la idea de que ‘la tecnología nos salvará’ sin pensar que los recursos para producirla son escasos y limitados—, está Bartleby.
[1] Melville, Herman, 2015. Bartlevy, el escribiente. Edición bilingüe. Colección dominio público. Editado por El Quinqué Amarillo Publicaciones, S. C. de R .L. de C. V. Guadalajara, Jalisco. Ámbar Cooperativa Editorial.
Libre de derechos, bajo licencia de Creative Commons. www.editorialambar.com.Título original: “Bartleby”, en The Piazza Tales, 1856.
[2] Jouannais, Jean-Yves, 2014. Artistas sin obra. “I would prefer not to”. Acantilado Quaderns Crema, S. A. U. Barcelona.
[3] Vila-Matas, Enrique,2000. Bartley y Compañía. Editorial Anagrama. Barcelona.
[4] Aub, Max, 1975. Jusep Torres Campalans, Alianza Editorial (El libro de bolsillo). Madrid.
[5] Meadows, Donella H. 1972. Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad. Fondo de Cultura Económica.
[6] Schumacher, E. F. 2011. Lo pequeño es hermoso. 1ª edición 1973. Editorial Akal. Madrid
[7] Illich, Ivan, 1990. El Género Vernáculo. Editorial Planeta.
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